lunes, 11 de mayo de 2009

Reincidente

He vuelto a ir a la peluquería… No aprendo, verdad?
En fin, el caso es que ahora parezco Jim Morrison, pero no voy a entrar en detalles de cómo he llegado este estado. Ha sido lo de siempre, yo quería algo fácil de peinar, (ya conocéis mis problemas con el secador y el cepillo redondo)... Y el peinado tipo CCCB que me hicieron en noviembre ha empeorado al crecer y ya no sabía como coño peinarlo, así que he reincidido. Sí, lo confieso, mea culpa!

Pero lo interesante no es mi nuevo look. De hecho, el espejo ya se ha acostumbrado a mis cambios de imagen y ha dejado de descojonarse de mi. No, lo interesante es que he conocido a una nueva especie de peluquero: El peluquero filósofo. Es una especie realmente extraña, probablemente en peligro de extinción.

El peluquero filósofo se ha pasado una hora explicándome todo lo relativo a lo humano y lo divino en el mundo capilar. Claro, yo le hacía preguntas, siempre hago preguntas capilares a los peluqueros, pero no estoy acostumbrada a que me respondan. Primero me ha explicado la diferencia entre un ahuecador, un moldeador y una permanente de abuela. Entonces, se ha puesto a filosofar acerca de la ética en el mundo del estilismo y sobre lo que no se debe hacer con ciertos pelos excesivamente finos, dañados o débiles. Luego, me ha contado su teoría sobre la relación entre las canas y el estrés. Ya, le he dicho yo, por eso todos los presidentes del gobierno acaban su mandato cargados de canas. “Exacto”, me ha dicho él. Después ha añadido que Einstein tenía el pelo blanco porque pensaba mucho. La base científica de esta teoría no está muy clara...
También hemos hablado sobre los ciclos de la luna y su efecto en el cuero cabelludo, él era un poco escéptico con la hipótesis de que si cortas el pelo en cuarto creciente, crece más rápido y viceversa. Aunque me ha dicho que algunas mujeres le habían comentado que cuando se depilan en cuarto menguante, el pelo tarda más en salir. Esto tampoco está probado científicamente, pero hay que tenerlo en cuenta.

Aprovechando la ocasión le he preguntado sobre una de las grandes dudas de la humanidad: ¿Por qué las abuelas llevan el pelo de color lila? “Qué buena pregunta!” me ha dicho. Y me ha explicado que eso es un “plis” (líquido viscoso) que se solía aplicar allá en los tiempos de Franco, parece ser que da al pelo más cuerpo y vigor. Por lo visto de vez en cuando les aparece por allí una yaya pidiéndoles el “plis”, porque la Mary, su peluquera habitual, se ha jubilado o se ha muerto. “Aunque ahora mismo no tenemos a ninguna”, me ha dicho. “Sí, la señora Puig”, le ha recordado la ayudante, que se estaba partiendo de risa con la conversación. Yo me he animado y le he explicado mi paranoia sobre las peluquerías Mary, que huelen a laca Nelly desde varios kilómetros; y las supermodernas, en las que no entras porque dan miedo. Me ha dado la razón, no se si por aquello de que el cliente siempre tiene la razón o porque estaba de acuerdo. Por eso, me ha dicho, su peluquería no era ni una cosa, ni la otra; sino algo para gente normal.

Me ha caído bien el peluquero filósofo, aunque me haya dejado como a Jim Morrison. Me ha asegurado que con los lavados y el tiempo el pelo irá cogiendo una forma natural. Eso espero, porque sino ya me veo en el metro cantando aquello de “Come on baby light my fire”… La ayudante se ha despedido de mi diciendo: “Encantada de conocerte”. Claro, se lo ha pasado en grande con las preguntas que le hacía a su jefe. O quién sabe, quizá ahora está escribiendo en su blog un texto titulado “La cliente freaky que preguntaba por el pelo lila de las abuelas”.